Mírame y
dispara
“Era tan
condenadamente provocativa que mirarla se convertía en una tortura.”
Me monté en
el coche y bajé la ventanilla. Valentino arrancó el motor. La música de su
reproductor saltó donde la había dejado antes de detener el vehículo. Sonaba
una de las canciones del nuevo disco de Shakira: Rabiosa.
Alcé las
cejas, incrédula.
—¿Te gusta
Shakira? —pregunté.
—No más que
tú.
Perfecto.
Tuve que girar la cara para que no percibiera lo poco que me había gustado el
comentario.
Antes de
dejar la calle, escuché el rugido de un motor inconfundible: Bugatti Veyron. No
sé cómo lo supe, pero estaba segura de que al volante de esa maravilla se
hallaba Cristianno.
Así fue. Se
colocó justo a mi lado haciendo gala una vez más de aquella mirada, tan bonita
como inescrutable. Tenía una mano sobre el volante y la otra en la ventanilla.
Un cigarrillo colgaba de sus labios.
—¡Rabiosa!
—exclamó mientras echaba la cabeza hacia atrás y empezaba a mover los hombros
de un lado al otro. Ni siquiera el cachondeo restaba sensualidad a sus
movimientos, perfectamente acompasados con la melodía—. Dime, Banana, ¿me
morderías la boca?
Un extraño
resquemor a medio camino entre el odio y la excitación me recorrió el cuerpo.
Le miré encolerizada.
“Le habría
hecho el amor un millón de veces, de un millón de formas, en cualquier lugar.
Pero, aun así, sabía que no tendría suficiente, que necesitaría más de ella.
Mucho más. Odiaba necesitarla de aquella manera tan urgente. ¿Qué me estaba
sucediendo?”
“—Deja de
retocarte, ya sabes que estás estupenda. Estarlo más seria delito, créeme. Le
miré resoplando. Aquellos cumplidos no me los podía hacer una persona con las
características de Enrico. Terminaría enamorándome de él. —¿Por qué no dejas a
mi hermana y te vienes conmigo? —le supliqué. Soltó una carcajada echando la
cabeza hacia atrás. Era increíble lo mucho que se parecía a Leonado DiCaprio. La
única diferencia era que Enrico era algo más varonil y tenía el pelo más corto.
—Lo he pensado, en serio. Aunque la diferencia de edad… —Solo tienes
veintisiete años, Enrico —le interrumpí sonriente. —Bien, entonces escapémonos.
Ahora mismo. —Se inclinó hacia delante y me besó en la mejilla—. Que lo pases
bien y sé buena con los muchachos. —No lo creo. —Salí del vehículo al tiempo
que descubría a un grupo de tres chicos mirándome fijamente”
“Puso su
vocecita más engreída. Era tan estúpida y egocéntrica que… que me volvía loco”
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