sábado, 18 de noviembre de 2023

FRASES DEL IMPERIO FINAL

 

 

–¿Qué pensarías si te dijera que no soy alomántico? – preguntó Sazed.

–Pensaría que estás mintiendo.

–¿Te he mentido alguna vez?

–Los mejores mentirosos son aquellos que dicen la verdad la mayor parte de las veces.

Sazed sonrió, mirándola a través de sus gafas.

–Es verdad. Sin embargo, ¿qué pruebas tienes de que yo sea alomántico?

–Hiciste cosas que no podrían hacerse sin recurrir a la alomancia.

–¿Sí? ¿Nacida de la bruma desde hace dos meses y ya sabes todo lo que puede hacerse?

 

 

 

–¿No te parece que están mal, Vin?

–¿Mal?

Kelsier asintió.

–Las plantas secas, el sol abrasador, el cielo negro de humo.

Vin se encogió de hombros.

–¿Cómo pueden esas cosas estar bien o mal? Son como son.

–Supongo. Pero creo que ver las cosas así es parte de lo que lo hace estar mal. El mundo no debería ser así.

 

 

 

–Sí, conservo esa flor –dijo Kelsier–. En realidad no estoy seguro de por qué.

Pero… ¿dejas de amar a alguien porque te traiciona? No lo creo. Eso es lo que hace que la traición duela tanto: el dolor, la frustración, la furia… y yo seguía amándola. Y la amo todavía.

–¿Cómo? – preguntó Vin–. ¿Cómo puedes? ¿Y cómo puedes fiarte ya de nadie? ¿No aprendiste de lo que te hizo?

Kelsier se encogió de hombros.

–Creo… creo que si me dieran la opción entre amar a Mare, traición incluida, y no haberla conocido nunca, elegiría amarla. Me arriesgué y perdí.

 

 

 

–Por supuesto. ¿Por qué si no iba a reunir un ejército semejante?

–Para resistir –dijo Mennis–. Para luchar. Por eso vinieron esos muchachos a las cuevas. No era una cuestión de ganar o perder, sino de hacer algo, cualquier cosa, contra el Lord Legislador.

Kelsier se volvió, el ceño fruncido.

–¿Esperabas que el ejército perdiera desde el principio?

–¿Qué otro final podía haber? – preguntó Mennis. Se levantó, sacudiendo la cabeza–. Puede que algunos empezaran a soñar lo contrario, muchacho, pero el Lord Legislador no puede ser derrotado. Una vez te di un consejo: te dije que tuvieras cuidado con las batallas que decidías librar. Bueno, me he dado cuenta de que ha merecido la pena librar ésta.

 

 

»Ahora, déjame que te dé otro consejo, Kelsier, Superviviente de Hathsin.

Tienes que saber cuándo renunciar. Lo has hecho bien, mejor de lo que nadie habría esperado. Esos skaa tuyos mataron a toda una guarnición de soldados antes de ser rodeados y destruidos. Es la mayor victoria que los skaa han conocido en décadas, quizás en siglos. Ahora es el momento de retirarse.

 

 

–No os elegí por vuestra competencia, aunque sois ciertamente hábiles –dijo Kelsier–. Os elegí a cada uno específicamente porque sabía que sois hombres con conciencia. Ham, Brisa, Dox, Clubs… Sois hombres con fama de honradez, incluso de caridad. Sabía que si este plan iba a tener éxito, necesitaría a hombres que se preocuparan.

»No, Brisa, esto no es por los cuartos ni por la gloria. Esto es una guerra…, una guerra que llevamos mil años librando, una guerra que pretendo terminar.

Podéis marcharos, si queréis. Sabéis que os dejaré marchar, sin hacer preguntas, sin exigir nada, si deseáis iros.

 

 

–Los hombres son más resistentes, creo. Nuestra fe es a menudo más fuerte cuando debería ser más débil. Ésa es la naturaleza de la esperanza.

Kelsier asintió.

–¿Quieres más información sobre los valla?

–No. Gracias, Sazed. Necesitaba recordar que había gente que luchaba incluso cuando parecía que no quedaba esperanza.

 

 

–Valette –la interrumpió Elend–. Tú también eres una molestia. Muy grande.

No mentiré y diré que nunca me has importado… Me importabas y todavía es así. Sin embargo, supe desde el principio (igual que tú) que esto nunca podría ser más que una relación de pasada. La verdad es que mi casa me necesita… y es más importante que tú.

Vin palideció.

–Pero… Él se dio media vuelta para marcharse.

–Elend, por favor, no me dejes.

Él se volvió a mirarla.

–Sé la verdad, Valette. Sé que has mentido sobre tu identidad. No me importa, en realidad. No estoy enfadado, ni siquiera decepcionado. La verdad es que lo esperaba. Estás sólo… jugando el juego. Como hacemos todos. – Vaciló, sacudió la cabeza y se dio media vuelta–. Como hago yo.

–¿Elend? – dijo ella, tendiendo la mano hacia él.

–No me hagas avergonzarte en público, Valette.

Vin vaciló, sintiéndose aturdida. Y luego se sintió demasiado furiosa para estar aturdida: demasiado furiosa, demasiado frustrada… y demasiado aterrorizada.

–No me dejes –susurró–. No me dejes tú también.

–Lo siento. Pero tengo que ir con mis amigos. Ha sido… divertido.

 

 

 

–Hay cosas de las que no te puedes ocultar, Vin. Lo sé: lo he intentado.

Ella aceptó la capa y se arropó los hombros.

–¿Qué ha pasado esta noche? – preguntó él–. ¿Qué ha pasado de verdad?

–Elend me dijo que no quería volver a verme.

–Ah. ¿Eso fue antes o después de que mataras a su ex prometida?

–Antes.

–¿Y aun así lo protegiste?

Vin asintió, sorbiendo lentamente.

–Lo sé. Soy una idiota.

–No más que el resto de nosotros –dijo Kelsier con un suspiro. Contempló las brumas–. Yo también seguí amando a Mare, incluso después de que me traicionase. Nada pudo cambiar lo que sentía.

–Y por eso duele tanto –dijo Vin, recordando lo que Kelsier había dicho antes. Creo que por fin lo comprendo.

–No dejas de amar a alguien sólo porque te hace daño –dijo él–. Desde luego, las cosas serían más fáciles.

 

 

 

Todo el mundo me deja –susurró ella–. Apenas puedo recordar a mi madre.

Trató de matarme, ¿sabes? Oía voces en su cabeza y esas voces la hicieron matar a mi hermana pequeña. Probablemente iba a matarme a mí a continuación, pero Reen la detuvo.

»Sea como sea, me dejó. Después de eso, me aferré a Reen. También se marchó. Amo a Elend, pero él ya no me quiere –miró a Kelsier–. ¿Cuándo vas a irte tú? ¿Cuándo me dejarás?

 

 

 

–No es tan malo como parece… Me lo tomé con calma para regresar, incluso me detuve a dormir unas cuantas horas por el camino.

–Sí, pero ¿dónde has estado? – preguntó Ham–. Nos preocupaba que hubieras estado haciendo algo… bueno, algo estúpido.

–Lo cierto es que dábamos por hecho que estabas haciendo algo estúpido – puntualizó Brisa–. Nos preguntábamos qué grado de estupidez tendría este hecho concreto. Así pues, ¿qué ha sido? ¿Asesinaste al sumo prelado? ¿Mataste a docenas de nobles? ¿Le robaste la capa al Lord Legislador de su propia espalda?

–He destruido los Pozos de Hathsin –dijo Kelsier tranquilamente.

 

 

 

–Creo, señora –dijo Sazed.

–¿Cómo? ¿Cómo puedes?

Sazed sacudió la cabeza y se acercó a ella.

–La fe no es sólo para los bellos momentos y los días felices. ¿Qué es la fe, qué es creer, si no continúas en ella después del fracaso?

Vin frunció el ceño.

–Cualquiera puede creer en alguien, o en algo, que siempre tiene éxito, señora. Pero en el fracaso… Ah, en eso sí que es difícil creer, con certeza y confianza. Es muy difícil tener valor.

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