Vin
cerró la puerta y luego hizo una breve pausa, observándolo con sus ojos
oscuros. Elend sonrió. A pesar de sus rarezas (o más bien a causa de
ellas), amaba a esa mujer delgada de ojos decididos y temperamento
tosco. No se parecía a nadie que hubiera conocido jamás: una mujer de
belleza sencilla, pero honesta e inteligente.
Las
mujeres son ya de por sí bastante difíciles de comprender, pensó, y he
ido a escoger a la más rara de todas. De todas maneras no podía
quejarse. Ella lo amaba.
Podía soportar sus peculiaridades.
Kelsier
era un gran hombre —dijo Vin en voz baja mientras Elend empezaba a
acariciarle el pelo—. Pero… había algo en él, Elend. Cosas que daban
miedo. Era decidido, intrépido, incluso un poco cruel. Implacable.
Mataba a la gente sin sentir culpa ni preocupación, sólo porque apoyaban
al Imperio Final o trabajaban para el Lord Legislador.
»Yo
podía quererlo como maestro y amigo. Pero no creo que hubiera podido
amar nunca a un hombre así, no amarlo de verdad. No se lo reprocho: él
pertenecía a las calles, igual que yo. Cuando luchas tan duro por tu
vida, te haces fuerte… pero también te vuelves implacable. Fuera culpa
suya o no, Kelsier me recordaba demasiado a hombres que… conocí cuando
era más joven. Kell era mejor persona que ellos. Podía ser amable, y
sacrificó su vida por los skaa. Sin embargo, era muy duro. —Cerró los
ojos, sintiendo el calor de Elend—. Tú, Elend Venture, eres un buen
hombre. Un verdadero buen hombre.
—Los hombres buenos no se convierten en leyenda —dijo él en voz baja.
—Los
hombres buenos no necesitan convertirse en leyenda. —Vin abrió los ojos
para mirarlo—. Hacen lo que está bien de todas formas.
—Ah,
Vin, querida —dijo, respirando casi tan entrecortadamente como su
caballo —. Debo decir que ha sido una intervención muy oportuna por tu
parte. Más que llamativa también. Odio que tengan que rescatarme… pero
bueno, si no queda más remedio entonces mejor que sea con estilo.
Vin
sonrió mientras él desmontaba, probando que no era ni con mucho el
hombre más diestro de la plaza, y los mozos de establo llegaron para
encargarse del animal.
Brisa volvió a secarse la frente mientras Elend, Clubs y OreSeur bajaban al patio.
Uno de los ayudantes debía de haber encontrado por fin a Ham, pues llegó corriendo.
—¡Brisa! —exclamó Elend, acercándose, y estrechó el brazo del otro hombre.
—Majestad. Gozas de buena salud y buen humor, supongo.
—De salud, sí —respondió Elend—. De humor… bueno, hay un ejército acampado ante mi ciudad.
—Dos ejércitos, en realidad —rezongó Clubs, que se acercaba cojeando.
Brisa se guardó su pañuelo.
—Ah, querido maestro Cladent, tan optimista como siempre, ya veo.
Lo
cierto es que pensaba volver a la muralla y estudiar un poco más a esos
ejércitos —dijo Elend, volviéndose a mirarla—. Si estuviste con las
fuerzas de Lord Cett, podrás contarnos un montón de cosas sobre ellas.
—Puedo. Lo haré. No voy a subir esos escalones. ¿No ves lo cansado que estoy, hombre?
Ham bufó, le dio a Brisa una palmada en el hombro… y levantó una nube de polvo.
—¿Cómo puedes estar cansado? Era tu pobre caballo el que corría.
—Ha
sido emocionalmente agotador, Hammond —dijo Brisa, golpeando con su
bastón la mano del hombretón—. Mi partida fue un poco desagradable.
—¿Qué sucedió, por cierto? —preguntó Vin—. ¿Descubrió Cett que eras un espía?
Brisa pareció cohibido.
—Digamos que Lord Cett y yo tuvimos un… desencuentro.
—Te
pilló en la cama con su hija, ¿eh? —dijo Ham, arrancando una carcajada
al grupo. Brisa era cualquier cosa menos un conquistador de damas. A
pesar de su habilidad para jugar con las emociones, nunca se había
mostrado interesado por nadie desde que Vin lo conocía. Dockson había
recalcado una vez que Brisa era demasiado engreído para considerar tal
posibilidad.
Brisa reaccionó al comentario poniendo los ojos en blanco.
—Sinceramente,
Hammond, creo que tus chistes son cada vez peores a medida que te haces
viejo. Demasiados golpes en la cabeza mientras entrenas, sospecho.
Allrianne,
por ejemplo, es joven y ansiosa… y tal vez un poquito charlatana. Pero
sabe más de la corte de lo que muchos puedan pensar, y parece saber
reconocer lo que hay de bueno en una persona. Es un talento del que
muchos carecen.
»Tu rey es un humilde erudito y pensador, pero tiene la voluntad de un guerrero.
Es un hombre con valor para luchar, y creo que aún tenemos que ver lo mejor de él.
El
aplacador Brisa es un hombre cínico y burlón… hasta que mira a la joven
Allrianne. Entonces se suaviza, y una se pregunta cuánto de su dureza
es fingida. — Tindwyl hizo una pausa y miró a Vin—. Y tú eres mucho más
de lo que estás dispuesta a aceptar, niña. ¿Por qué prestas atención a
sólo una parte de ti misma si tu Elend ve mucho más?
—¿De eso se trata? —preguntó Vin—. ¿Intentas convertirme en una reina para Elend?
Vin
asintió y le sonrió. Sin embargo, sus pensamientos no eran tan
risueños. No es inseguro, como era antes. No tiene que apoyarse tanto en
la gente. Ya no me necesita.
Era una idea
estúpida. Elend la amaba, lo sabía. Su aptitud no la convertiría en
menos valiosa para él. Y sin embargo no podía acallar su preocupación.
Ya la había dejado una vez, cuando intentaba sopesar las necesidades de
su casa en relación con su amor por ella, y eso había estado a punto de
destruirla.
¿Qué sucedería si él la abandonaba ahora?
No lo hará, se dijo. Eso no sería propio de él.
Pero
también las buenas personas tenían relaciones fracasadas ¿no? La gente
se distanciaba, sobre todo la gente que era muy distinta A su pesar, a
pesar de toda su confianza, Vin oyó una vocecita interior.
Era una voz que creía haber desterrado, una voz que no esperaba oír de nuevo.
Déjalo tú antes, pareció susurrar en su cabeza Reen, su hermano. Será menos doloroso.
La
mayoría de la gente, ni siquiera los nobles, no comprendía lo que era
aplacar las emociones. Lo consideraban una especie de control mental, e
incluso aquellos que sabían más suponían que era algo terrible e
invasivo.
Brisa nunca lo había visto así. Aplacar
no era un acto invasivo. De serlo, entonces la interacción corriente con
otra persona lo era también cuando se aplacaba bien, no se violaba más
la intimidad de una persona de lo que lo hacía una mujer que llevaba una
túnica escotada o alguien que hablaba en tono imperativo. Las tres
cosas producían reacciones corrientes, comprensibles y (lo más
importante) naturales en la gente.
—No vas a quedarte aquí toda la noche, ¿verdad, Brisa? —preguntó Elend.
—¡Lord
Legislador, no! —exclamó Brisa—. Mi querido amigo, tienes suerte de
haber conseguido que viniera. Sinceramente, éste no es lugar para un
caballero. La suciedad, la atmósfera deprimente… ¡y no hablemos ya del
olor!
Ham frunció el ceño.
—Brisa, algún día tienes que aprender a pensar en los demás.
—Mientras pueda pensar en ellos a distancia, Hammond, no me importará dedicarme a esa actividad.
—¿Qué nos ha pasado, Clubs? Me uní a Kell por el desafío. Nunca supe por qué lo hiciste tú.
—Por el dinero.
Brisa asintió.
—Su
plan fracasó, su ejército fue destruido y nosotros nos quedamos. Luego
él murió y seguimos quedándonos. Este maldito reino de Elend está
condenado, lo sabes.
—No duraremos otro mes —dijo
Clubs. No era simple pesimismo; Brisa conocía a la gente lo bastante
como para saber cuándo alguien hablaba en serio.
—Y,
sin embargo, aquí estamos. Me he pasado todo el día haciendo que los
skaa se sintieran mejor por el hecho de que hayan matado a sus familias.
Tú te pasas los días entrenando a soldados que, con tu ayuda o sin
ella, apenas durarán unos segundos contra un enemigo decidido. Seguimos a
un muchacho que no tiene ni idea de lo mala que es su situación. ¿Por
qué?
Clubs sacudió la cabeza.
—Kelsier. Nos dio una ciudad, nos hizo creer que somos responsables de su protección.
—Pero
nosotros no somos de esa clase de gente —dijo Brisa—. Somos ladrones y
timadores. No debería importarnos. Quiero decir… ¡He llegado al punto de
aplacar a las fregonas para que sean más felices trabajando! Bien
podría empezar a vestirme de rosa e ir por ahí repartiendo flores.
Probablemente podría hacer bulto en las bodas.
Clubs bufó. Entonces alzó su copa.
—Por el Superviviente —dijo—. Maldito sea por conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos.
Brisa alzó su copa.
—Maldito sea —accedió.
¿Cómo podría amar a un hombre como yo? Ni siquiera he sabido conservar el trono. Redacté las mismas leyes que me han depuesto.
Suspiró,
y continuó caminando. Le parecía que tendría que estar devanándose los
sesos, tratando de encontrar un modo de convencer a Vin de que era digno
de ella.
Pero intentando convencerla parecería todavía más incompetente. No se podían corregir
los errores pasados, sobre todo porque no conseguía ver que hubiese
cometido ningún verdadero «error». Lo había hecho lo mejor posible, y
había resultado insuficiente.
—¿No se puede entonces ser un hombre que sigue su conciencia y un buen rey?
Tindwyl frunció el ceño, pensativa.
—Haces
una pregunta antigua, Elend —dijo Sazed en voz baja—. Una pregunta que
monarcas, sacerdotes y hombres humildes marcados por el destino se han
preguntado siempre. No sé si hay una respuesta.
—¿Debería haber mentido, Sazed?
—No
—respondió el terrisano, sonriendo—. Tal vez otro hombre en tu misma
situación debería haberlo hecho. Pero un hombre debe ser coherente
consigo mismo.
Has tomado tus decisiones en la
vida, cambiarte a ti mismo en el último momento, mentir, habría ido en
contra de quien eres. Es mejor para ti haber hecho lo que hiciste y
perder el trono, creo
—Elend
—dijo Tindwyl, suavizando su tono—. Creo que manejaste esta situación
de manera equivocada. Sin embargo, Sazed tiene un argumento de peso.
Fuiste fiel a tus propias convicciones, y eso es un atributo regio.
—Pocas cosas lo son. Sin embargo, te
digo una cosa, Vin. Hay que permitir que el amor fluya en ambos
sentidos: si no, entonces no es verdadero amor. Es otra cosa.
Capricho,
tal vez. Sea como sea, algunos nos convertimos demasiado rápidamente en
mártires de nosotros mismos. Nos quedamos a un lado, observando,
pensando que hacemos lo adecuado al no hacer nada. Tememos el dolor… el
nuestro y el del otro.
—Le apretó el hombro—. Pero…
¿es eso amor? ¿Es amor tomar por Elend la decisión de que no tiene
sitio para ti? ¿O es amor permitirle que tome su propia decisión?
—¿Y si no soy buena para él?
—Debes
amarlo lo suficiente para confiar en sus deseos, aunque no estés de
acuerdo con ellos. Debes respetarlo… no importa hasta qué punto creas
que está equivocado, no importa lo poco que te gusten sus decisiones,
debes respetar su deseo de tomarlas. Aunque una de ellas sea amarte.
—Creo
que Vin es mi esposa —dijo él con firmeza— y que la amo. Todo lo que es
importante para ella lo es para mí… y todo lo que ella crea tiene al
menos el mismo peso de la verdad para mí. Vamos al norte. Regresaremos
cuando hayamos liberado el poder que hay allí.
Había
entregado a Elend… no sólo su cuerpo, y no sólo su corazón. Había
abandonado sus racionalizaciones, sus reservas, todo por él. Ya no podía
permitirse pensar que no era digna de él, ya no podía creer que ni
siquiera podían estar juntos.
Nunca había confiado tanto en nadie. Ni en Kelsier, ni en Sazed, ni en Reen.
Elend lo tenía todo. Ese conocimiento la hacía temblar por dentro. Si lo perdía, se perdería a sí misma.
¡No
debo pensar en eso!, se dijo, poniéndose en pie. Salió de la tienda. En
la distancia se movieron sombras. Fantasma apareció un momento después.
—No somos hombres de principios —comentó Brisa—. Somos ladrones. Cínicos.
Tú,
un hombre cansado de obedecer los caprichos del Lord Legislador, y
decidido a tomar la iniciativa por una vez. Yo, un hombre de moral
dudosa a quien le encanta jugar con los demás, hacer de sus emociones mi
juego. ¿Cómo hemos acabado aquí, a la cabeza de un ejército, luchando
por la causa de un idealista? Hombres como nosotros no deberían ser
líderes.
Clubs observó a los soldados del patio.
—Supongo que somos idiotas —dijo por fin.
Brisa
vaciló, y luego advirtió el brillo en los ojos de Clubs: esa chispa de
humor, la chispa que era difícil de reconocer a menos que uno lo
conociera muy bien. Esa chispa no mentía, demostraba que Clubs era un
hombre de penetrante inteligencia.
Brisa sonrió.
—Creía que te conocía —repuso ella—. Creía que en el fondo eras un buen hombre.
Cett negó con la cabeza.
—Todos los hombres buenos están muertos, Allrianne. Han muerto en esa ciudad.
Mucho
tiempo antes se había resignado al hecho de que nunca sería amado y de
que nunca tendría «su» amor. No sólo estaba castrado, sino que además
era rebelde y un disidente: un hombre ajeno a la ortodoxia de Terris.
Sin
duda el amor de Tindwyl por él había sido un milagro. Sin embargo, ¿a
quién agradecía esa bendición y a quién maldecía por robársela? Conocía
cientos de dioses.
Los hubiese odiado a todos de creer que serviría de algo.
¿Qué
era más fuerte, el dolor del recuerdo o el dolor del olvido? Él era
guardador, el trabajo de su vida era recordar. Olvidar, incluso en
nombre de la paz personal, no era algo que le atrajera.
Hojeó
el manuscrito, sonriendo amorosamente en la cámara oscura. Había
enviado al norte, con Elend y Vin, una versión corregida y revisada.
Aquél, sin embargo, era el original. El manuscrito garabateado
frenética, casi desesperadamente, por dos eruditos asustados.
Mientras
acariciaba la página, la aleteante luz de la vela reveló la bella y
firme letra de Tindwyl. Se fundía con los párrafos escritos por el
propio Sazed. En ocasiones, en una página se alternaban sus letras una
docena de veces.
No se dio cuenta de que estaba
llorando hasta que parpadeó y una lágrima cayó en la página. Bajó la
cabeza, aturdido porque la gota emborronó la tinta.
Simplemente había disfrutado haciendo lo que más le gustaba, con la persona que más amaba.
En
ese momento, recordó algo. Algo que había dicho Sazed. Debes amarlo lo
suficiente para confiar en sus deseos, le había dicho. No será amor a
menos que aprendas a respetar… no lo que tú consideras mejor, sino lo
que él quiera.
Vio llorar a Elend. La vio mirarla, y
supo lo que quería. Quería que su pueblo viviera. Quería que el mundo
conociera la paz y que los skaa fueran libres.
Quería que la Profundidad fuera derrotada. La seguridad de su pueblo significaba para él más que su propia vida. Mucho más.
Sabrás
qué hacer, le había dicho él hacía un momento. Confío en ti… Vin cerró
los ojos y las lágrimas le resbalaron por las mejillas. Por lo visto,
los dioses podían llorar.
—Te quiero —susurró.
Dejó
que el poder la abandonara. Tuvo la capacidad de convertirse en una
deidad en sus manos, pero lo dejó ir hacia el vacío que esperaba.
Renunció a Elend.
Porque sabía que eso era lo que él quería.
Ella se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho.
—Era terrible —dijo—. Pude sentirlo. Y lo liberé.
Finalmente, Elend la rodeó con sus brazos.
—Lo hiciste lo mejor que pudiste, Vin —dijo—. De hecho, hiciste lo adecuado.
¿Cómo podías saber que todo lo que te han enseñado, que todo para lo que has sido entrenada y preparada estaba equivocado?
Vin sacudió la cabeza.
—Soy
peor que el Lord Legislador. Al final, tal vez se dio cuenta de que lo
habían engañado y supo que tenía que tomar el poder en vez de liberarlo.
—Si hubiera sido un buen hombre —respondió Elend—, no habría hecho las cosas que le hizo a esta tierra.
—Puede
que yo lo haya hecho aún peor —dijo Vin—. Esa cosa que liberé… Las
brumas matan a la gente y salen de día… Elend, ¿qué vamos a hacer?
Él la miró un momento, y luego se volvió hacia la ciudad y su pueblo.
—Vamos a hacer lo que Kelsier nos enseñó, Vin. Vamos a sobrevivir.
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